Cuando la modernidad retrocede y lo esencial resurge
En un momento tan inesperado como revelador, el gran apagón eléctrico que vivimos en España nos recordó una verdad fundamental, toda nuestra sofisticada estructura tecnológica descansa sobre cimientos sorprendentemente frágiles. De repente, millones de personas experimentamos un `retorno forzado a lo esencial´.
Lo ocurrido es digno de reflexión. El silencio y la oscuridad envolvía los hogares, las calles se llenaban de bullicio por bulerías y picnics improvisados a la luz de una candela o de unas velas, miles de ciudadanos atrapados en ascensores, transportes detenidos, gentes en las vías del tren, en las estaciones, en los aeropuertos, comunicaciones interrumpidas, eso sí redescubriéndonos en el valor de la comunidad y la solidaridad, compartiendo recursos y ayudándonos mutuamente. Y, sin embargo, entre tanto desconcierto, un objeto aparentemente anticuado emergió como el salvador: la radio a pilas.
La radio, ese invento relegado a un papel secundario en la era digital, se convirtió de pronto en un hilo de esperanza, en el único canal de información disponible para muchos. Este dispositivo, que no requiere de complejas infraestructuras para funcionar, demostró que la resiliencia tecnológica no siempre viene de la mano de la última innovación.
¿No es paradójico? Mientras nuestros smartphones de última generación se convertían en costosos pisapapeles, un simple receptor de radio nos mantenía conectados con el mundo exterior, informados de lo que sucedía y de cuándo podríamos regresar a la normalidad.
Lo ocurrido ayer nos plantea una pregunta esencial: ¿estamos preparados para los fallos de sistemas que consideramos infalibles? La respuesta honesta es, mayoritariamente, no. Vivimos en la paradoja de estar hiperconectados, pero ser extremadamente vulnerables. Un simple corte de suministro eléctrico y toda nuestra vida digital se desmorona como un castillo de naipes.
Hannah Arendt, en La Condición Humana (1958), reflexionaba sobre cómo la tecnología moderna crea una ilusión de control absoluto que paradójicamente nos hace más vulnerables: «Cuanto más exitosa ha sido la eliminación del esfuerzo y del dolor en la vida humana, más indispensables se han vuelto y más intolerables las interrupciones en este proceso automatizado». Lo vivido confirma esta paradoja arendtiana: nuestra dependencia tecnológica nos hace extremadamente frágiles ante interrupciones del sistema.
En situaciones así, es donde debemos recuperar la sabiduría de generaciones anteriores, que entendían la importancia de estar preparados para lo inesperado. La preparación y la calma que nace de lo intuitivo pueden ser nuestro mejor salvavidas cuando el futuro se oscurece, se queda sin luz.
El verdadero cambio de paradigma que necesitamos no está en abandonar la tecnología moderna, sino en adoptarla de forma más consciente y responsable. Necesitamos sistemas redundantes, soluciones que funcionen cuando todo lo demás falla y alternativas infalibles.
Lo que experimentamos fue un recordatorio de nuestra vulnerabilidad colectiva. Pero también una oportunidad para repensar nuestra relación con la tecnología y prepararnos mejor para futuros imprevistos. La radio, ese dispositivo aparentemente obsoleto, demostró ser más valioso que muchas aplicaciones imprescindibles de nuestros smartphones. ¿No es esto una metáfora perfecta de cómo a veces lo simple supera a lo complejo cuando las circunstancias se vuelven adversas?
La verdadera robustez de una sociedad no se mide por la sofisticación de sus herramientas en tiempos de abundancia, sino por su capacidad para mantener lo esencial funcionando en tiempos de escasez.
Cuando Europa recomendó la preparación de kits de emergencia, muchos lo interpretamos como alarmismo innecesario. Sin embargo, el reciente gran apagón en España, ¿Nos tiene que obligar a reconsiderar esta postura? ¿Es realmente alarmista aquella recomendación o simplemente prudente?
La filosofía ha abordado durante siglos la preparación ante lo inesperado como una virtud esencial. Como señalaba Séneca en sus Cartas a Lucilio: «El hombre sabio debe estar preparado para cualquier fortuna». Esta máxima estoica resuena hoy con particular claridad.
La tecnología digital nos da una falsa sensación de libertad. El apagón confirmó esta advertencia al mostrar cuán dependientes somos de sistemas sobre los que no tenemos control. Prepararse para emergencias es precisamente un acto de libertad responsable, reconocer nuestra vulnerabilidad y actuar en consecuencia. Es un acto de rebeldía consciente frente a la vulnerabilidad que nuestra dependencia tecnológica nos impone.
Lo dudaba, pero ya no. Prepararse es como diría Epicuro, parte de la ataraxia (tranquilidad de ánimo) que proviene de eliminar temores innecesarios mediante la previsión y la preparación prudente…voy corriendo a comprar una radio a pilas.